Conquistando horizontes: la dificultad en los videojuegos

Conquistando horizontes: la dificultad en los videojuegos

Nunca me han gustado los juegos difíciles. Ya desde pequeña cuando tocaba un jefe en el Spyro the Dragon o en el Crash Bandicoot le pasaba el mando a mi hermana o a mi padre para que fuesen ellos quienes superasen el nivel.

De toda la vida las situaciones difíciles en los videojuegos me suponen un estrés que hace que acabe fallando. En cuanto soy consciente de que ya casi lo tengo, meto la pata. Los nervios y el creer que un combate es imposible son las dos grandes claves de mis mayores frustraciones en el mundo de los videojuegos.

He de reconocer que este problema fue disminuyendo con la edad y he sido capaz de jugar todo tipo de juegos sin grandes dramas. Ya sean shooters, RPGs o MOBAs, al final consigo disfrutar el juego sin que la presión del fracaso esté presente en todo momento.

Superé la infancia y esa sensación de que, si el jefe final me mataba, mi personaje moría irremediablemente. Quizás si hubiese sido más valiente entonces ahora no tendría tanto miedo a los niveles más difíciles de mis videojuegos favoritos; pero desde luego, al final, la mayoría de los juegos no eran tan difíciles como le parecían a mi yo de siete años.

Sin embargo, se debe recalcar ese “la mayoría”, y es que, aunque haya superado mi fobia al fracaso in game y haya jugado todo tipo de juegos, hasta hace bien poco aún había juegos a los que no me sentía capaz de enfrentarme. Y eran precisamente esos videojuegos que, entre el público ya adulto, se catalogaban como “difíciles” o “muy difíciles”. Habría superado el trauma, pero aún había ciertos niveles de frustración con los que no era capaz de lidiar.

maxresdefault (3).jpg(Furi, un juego con el que aún no me atrevo)

Está claro que, obviamente, la dificultad es un valor personal que cada jugador da a un producto. Yo, por mi parte, en la medida de lo posible tiendo a evitar los modos de dificultad extrema en los títulos que se adaptan al nivel del jugador. Sin embargo, existen esos “juegos difíciles” que se caracterizan por poseer mecánicas complejas y requieren un alto nivel de habilidad en los que no se puede optar por un modo “fácil”. Son precisamente estos juegos los que me producen sudores fríos solo con oír su título.

Aún a día de hoy evito en su mayoría cualquier dificultad excesiva en un videojuego, porque, aunque superé el bloqueo de la infancia, sigo teniendo la fea costumbre de frustrarme demasiado rápido y abandonar el juego durante un periodo indefinido de tiempo —que va desde un par de días, semanas o menes a incluso años—. No son pocos los casos en los que, atascada en un nivel, perdida en un mapa o tras una sucesión de muertes absurdas, he cerrado el juego, enterrándolo profundamente en mi biblioteca de Steam, a la espera de que el tiempo me cure el trauma y el enfado.

Jamás en mi vida entendí a las personas a las que les divertía el reto que planteaba un juego tan difícil que casi parecía troll. Y aún hoy hay títulos que no me siento preparada para abarcar, sin embargo, ha sucedido el milagro: he aprendido a apreciar la dificultad en los videojuegos.

4a90194e549cd55e2feef47be7dc56e8.jpeg(Mira qué bonito el Ori, pues el código de este juego está regado con mi sangre, sudor y lágrimas)

Desde siempre pensé que la dificultad era algún rollo elitista para desquiciados sadomasoquistas: niveles imposibles cuya única función es morir y morir. Hasta que, como suele ocurrir, vi las cosas muy distintas desde dentro. Y es que los juegos difíciles son terapéuticos, suponen los mayores retos y, por lo tanto, ofrecen las mejores gratificaciones. Chuck Palahniuk escribe en Diario, una novela: “La felicidad no nos deja cicatrices. Apenas aprendemos nada de la paz”. Los juegos difíciles requieren de un esfuerzo, de ensayo y error, de “hacer callo”. Precisamente, la experiencia de superar el reto que plantea un juego da como resultado una mayor interiorización de ideas y conceptos en el jugador.

Y aunque es cierto que muchos videojuegos solo por su narrativa ya ocupan un lugar especial en nuestros corazones, también es verdad que el espacio que se hacen estos juegos que requieren de todo nuestro esfuerzo y toda nuestra superación, es un espacio distinto, más profundo que el que una historia pueda contar.

f7dc98a3736f81b412d57f22bb8287ae(Nunca unas muertes me habían hecho tan feliz. Ornstein y Smough, AKA Pikachu y Snorlax)

Porque un juego difícil no trata solo de su historia, su entorno o sus personajes. Un juego difícil no es aquel que presenta un protagonista con el que sentirnos identificados. Un juego difícil puede tener todo esto, pero, además, siempre, nos habla directamente a nosotros. Y en el mensaje de su jugabilidad está la victoria sobre esa voz que nos dice que no podremos, está el espejo que refleja una versión mejor de nosotros mismos, están la constancia y la tenacidad, la superación, la derrota y la gloria.

Un juego difícil es un juego que enseña a levantarnos, que enseña a no rendirse y a que rendirse en ocasiones tampoco es malo. Enseña que la perfección no existe y caerse es inevitable, pero que, tras el golpe, toca levantarse, una y mil veces. Conquistar las cimas que eran inalcanzables. Mejorar, por dentro y por fuera y, al final, mirar atrás y sentirnos orgullosos de nosotros mismos.

Y es que un juego difícil puede tener todas las buenas características de cualquier otro juego, pero un juego difícil, además, nos da una lección vital. Porque como diría Dr. Strange: “But I can lose. Again. And again. And again. Forever. That makes you my prisoner”. Y ahora el videojuego no me controla a mí, mis miedos no van por delante, en la ficción y en la realidad, he forzado mis límites hasta tener otros nuevos. Y cada reto a superar es un horizonte que conquistar. Ya no tengo miedo, ya no intento ser perfecta, ahora pierdo porque, si no lo hiciese, no podría mejorar.

335300_screenshots_20161130002257_1.jpg

(Mira, mamá, ¡salgo en la tele!)

Cómprame un café en ko-fi.com

valkyriered
valkyriered

Filóloga que intenta hacer una tesis doctoral sobre videojuegos porque le gusta ser apalizada.

11 comentarios
Darkor_LF
Darkor_LF 04/12/2016 a las 11:11 am

Yo usaba de pequeña la baza de mi hermano, para que me pasará lo que yo no lograba. También él me pedía ayudaba a veces para resolver algunas cosas.

Y lo de atreverte, al final es satisfactorio, y me pasó con el Rayman Legends. Mi mayor logro en ese juego es pasarme el nivel de Dragon Slayer en 8 bits antes que en normal, y el subidón que fue conseguirlo

morlaboo
morlaboo 04/12/2016 a las 11:11 am

Ay, no sabes lo identificada que me siento con todo el artículo. Aun hoy, que soy mucho menos «cobardica» en cuanto a jugar a juegos difíciles, sigue costándome un mundo no abandonar a la primera de cambio, pero sí que es verdad es que con lo mala que soy y la de intentos que le echo, la satisfacción de conseguirlo no tiene precio.

El Vertedero (@vertederosotano)
El Vertedero (@vertederosotano) 04/12/2016 a las 12:55 pm

Muy bueno tu punto de vista.
Yo con esto de la dificultad de los videojuegos tengo sentimientos encontrados. Por un lado… No creo que deban ser tan difíciles como el «Abu Simbel Profanation» (30 años después no sé como es la cuarta pantalla) pero tampoco tan «fáciles» como el Mario de la DS o el GTA V que hasta te deja pasar de la misión si no te sale. En cualquier caso, supongo que va por personas (y con esto acabo yo el 100% de todas las discusiones, hoyga, señora).
Pero hay una máxima que aplico yo a los juegos (y a otros aspectos de mi vida): «Si no estás disfrutando, no es un juego». Es decir: fácil o difícil la cosa es disfrutar y pasárselo bien. Si no, algo estamos haciendo mal.

Casinocaster
Casinocaster 04/12/2016 a las 1:37 pm

Un artículo muy interesante a nivel psicológico o motivacional, pero pensaba que iba a tratar el tema de otra forma. Supongo que hay distintos tipos de dificultad, notablemente yo separaría el caso en el que la curva de aprendizaje es muy alta y el caso en el que uno o varios factores del juego lo hacen «difícil»; esto es, hacen necesaria una cantidad importante de o bien tiempo (repeticiones, experiencia, etc.), o bien suerte (factores de azar, variables externas al jugador, etc.), en el mismo juego.

Cada uno de esos casos es un mundo diferente, que bien darían para dividir en subtipos y hacer análisis igualmente interesantes.

BoKeRoN
BoKeRoN 04/12/2016 a las 2:35 pm

Un «amén hermana» muy fuerte para la autora.

John Wheel
John Wheel 04/12/2016 a las 4:20 pm

Ahora estás preparada para el Contra.

LuverC
LuverC 04/12/2016 a las 8:15 pm

Me he sentido tan identificada en este artículo que casi asusta.

elfangor
elfangor 05/12/2016 a las 7:52 pm

Yo paso. Si un juego se pasa de difícil, lo dejo y que les den. Me ha pasado con cosas como el Ninja Gaiden, o el Spelunsky. Como bien pones de ejemplo, el Dark Souls tiene muy buen equilibrio de dificultad con recompensa, una gran ambientación, y la posibilidad de subir de nivel para que la dificultad baje. Otros juegos son difíciles y punto. Y si ni la historia, ni el reto me parecen interesantes, adios muy buenas tengo 300 juegos más en mi biblioteca de Steam que me resultarán más entretenidos xDD (esto es mentalidad de ahora que tengo los 300 juegos esos, claro. Cuando era crío, y sólo tenía tres juegos, pues tocaba jugarlos por difíciles que fueran xDD )

elfangor
elfangor 05/12/2016 a las 8:02 pm

Ojo, añado. Eso no significa que no me gusten los retos. Ahora estoy jugando al Dishonored 2 sin poderes, y la dificultad añadida es bastante satisfactoria. Pero todo tiene un límite xDD

Cruxis Crystal
Cruxis Crystal 12/12/2016 a las 12:52 pm

Este artículo me ha hecho recordar uno de esos muchos momentos en mi vida donde he necesitado la ayuda de otra persona para poder pasarme algo.

De pequeña jugaba con mi hermano a Astérix & Obélix para la SNES. Nos lo pasábamos completo, anotábamos los códigos para ir directamente a un mundo en la zona de «Notas» de nuestro manual de instrucciones… y, cuando llegábamos al final (España, último recado para los galos, sobrevivir a una corrida de toros, MUY fuerte ahora que lo pienso) siempre teníamos que pedir ayuda a mi madre.
Para sobrevivir a la embestida del toro, primero tenías que ver hacía dónde huía el torero, izquierda o derecha. Había que salir corriendo manteniendo uno de los lados de la cruceta y pulsar repetidamente un botón. Mi hermano era más pequeño y no tenía fuerza en pulsar de forma constante y yo, al ser zurda, se me hacía imposible con la mano derecha dar repetidamente a un botón. Entonces llamábamos a mi madre, nosotres manteníamos el lado de la cruceta al que había que ir para salir pitando y ella daba repetidamente al botón para correr.
Y así nos lo pasábamos.

Cuando de más mayor nos hemos reunido mi hermano y yo y nos lo hemos pasado, jugando juntes, dando repetidamente al botón de correr huyendo del toro… Ha sido muy gratificante.

Delfar
Delfar 22/03/2017 a las 12:39 pm

Gran artículo. Me he sentido muy identificado, pero en mi caso no es por el medio al fracaso sino por la frustración de saber lo que tienes que hacer y no conseguir hacerlo (normalmente por falta de reflejos).

A día de hoy sigo jugando los juegos en fácil y tirando de guías cuando me bloqueo, porque como han dicho más arriba «yo he venido a divertirme», yo quiero probar todo el juego hasta el final.

Por ejemplo ahora estoy bastante ofendido con el tramposo Alien Isolation y estoy pensando en volver al Spelunky en cooperativo aunque ya lo había dado por perdido.

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.