Regalan dineros en Internet, pregúnteme cómo
NFTs, sellos y cántaros de leche

19/12/2021 | Alystrin | No hay comentarios
Una cosa de Twitter que es buena y mala a la vez es que cuando un tema se pone de moda, lo tendremos omnipresente en nuestra timeline durante semanas. Esto nos sirve para enterarnos de cosas cuya existencia seguramente nos pasaría desapercibida. Conoceremos la barbaridad que ha hecho esta persona famosa, chanchullos y tejemanejes políticos varios e injusticias sociales. También tiene un fin didáctico a veces. No hay más que ver los hilos de fotos históricas de Shine McShine o Wikivictorian.
Uno de estos asuntos candentes son las criptomonedas. Ya estaban más o menos presentes en el imaginario cibernético desde hace meses, eso sí. No solamente se nos bombardea desde determinados medios con sus cualidades, sino que tampoco son raras las noticias de estafas millonarias como la SquidCoin. Y con el tiempo, todo este asunto ha derivado además al spinoff más sonado actualmente: los NFTs.
El tema es complejo de comprender, al menos para aquellas personas que carecemos de conceptos medios de economía online. Sin embargo, a diario veremos volar flechas y puñales entre partidarios y detractores. La cultura de “¿Quieres ser tu propio jefe?” parece más despierta que nunca, alentada además por youtubers e influencers varios. Debo reconocer que, personalmente, este tipo de negocios me suele escamar. En mi imaginario personal está el recuerdo de los sellos de Fórum Filatélico y demás situaciones de “ganancias aseguradas” que al final no lo estaban tanto.

Si hay algo de lo que Varric entiende, es de negocios. Texto: «Es la Divina. Ha venido desde Orlais para decirte en persona que eres imbécil»
Conceptos básicos
El acrónimo detrás de NFT es non-fungible token. Explicándolo de manera muy simplificada, es una moneda criptográfica (un medio digital de intercambio) que se puede transferir de una usuaria a otra, pero que no se puede dividir, y además representa algo único. Se usan en el mercado de bienes digitales.
Podemos interpretarlo como una especie de certificado digital. Dicho documento asevera la autenticidad y originalidad de (por ejemplo) una imagen determinada, diferenciándola de las copias que de ella se originen, aunque sean completamente iguales como ocurre en el arte digital. Tener ese certificado acredita a la persona que la compra como su poseedora (solamente de esa copia, no de las que de ella se generen) aunque, salvo que la autora determine lo contrario, no le otorga los derechos de autor ni de distribución. Con la descentralización viene la complejidad legal: no están asociados a ningún país ni sistema económico, con lo que no sabríamos qué leyes aplicar, y de momento no están regulados.
Otro argumento muy empleado en su contra es el medioambiental. La obtención de los caracteres que forman estos certificados utiliza tecnología de cadena de bloques (la famosa blockchain) de la plataforma de código abierto Ethereum.
Las cadenas de bloques son una tecnología descrita por criptógrafos desde hace décadas, apareciendo por primera vez como concepto en 1982. Para obtener la cadena de caracteres que conforma un token (fungible o no), se deben resolver una serie de algoritmos matemáticos complejos. Esto requiere la participación de la inteligencia artificial de gran cantidad de ordenadores desentrañando cada uno, con un único ganador al final. Es decir, hay toda una red mundial solucionando acertijos matemáticos para crear criptomoneda, recibiendo a cambio unas pocas (si lo consiguen).

Se puede decir más alto, pero no más claro. Fuente: Rubén Fernández (@thefdez)
Todos los sistemas implicados en resolver esos algoritmos gastan energía, y la creciente popularidad de la criptomoneda y los NFTs hacen que este derroche de tantos tenga consecuencias. La huella de carbono que dejan resulta abrumadora, y según un estudio de la Universidad de Cambridge, hablamos de un consumo similar a países como Suecia o Malasia. Todo esto visto de forma global, no de cada transacción individualizada (por suerte).
Otra consecuencia de este uso de ordenadores en las llamadas “granjas” también la sufrimos de manera más palpable. Desde hace varios meses oímos hablar de la escasez de semiconductores (chips, vaya) y tarjetas gráficas. Tiene repercusión a todos los niveles, ya que son necesarios también para coches, productos de telefonía o dispositivos de ocio, como videoconsolas. ¿Por qué de pronto hay tan pocos? Porque se usan en grandes cantidades en los centros de minado. Esta producción de semiconductores a gran escala también tiene sus consecuencias medioambientales. Taiwán ha suspendido el riego a la agricultura para favorecer a la industria de chips, la más potente a nivel mundial.
Con las gráficas sucede exactamente lo mismo. Los ordenadores necesitan unas especificaciones técnicas muy elevadas para poder ser competitivos en la resolución de algoritmos y minar los bitcoins. Esto hace que la CPU y la gráfica necesite ser muy potente, y nuevamente aparece la falta de stock. No solo eso, sino que el problema se ha agravado con el descenso de producción tras la pandemia.
¿Para qué demonios sirve todo esto?
Tenemos todas bastante claro que la criptomoneda se emplea para intercambiarla por bienes y servicios. En algunas ciudades hay ya cajeros y oficinas de Bitcoin (unas 140 en España), y paulatinamente algunas tiendas las admiten como forma de pago, como es el caso de Shopify, Microsoft o Home Depot. Sin embargo, su uso principal radica en inversiones, que al ser descentralizadas resultan más o menos opacas.
Sin embargo, ¿cuál es el uso de los NFTs? Aunque cada vez intenta expandirse más, el origen fue el arte digital. Una de las principales quejas del sector siempre han sido las elevadas comisiones que las plataformas de venta más o menos grandes han fijado para todas aquellas personas que quieran vender sus productos online.
Tanto a nivel de infraestructura como de difusión, en ocasiones resulta más sencillo alojarse en una de estas páginas de compraventa que crear nuestra propia web. Con el tiempo, y una vez alcanzado cierto renombre, la tendencia puede invertirse. Se pueden hacer encargos o compras con pago directo a la autora, por ejemplo. Además, cada vez surgen más plataformas como Patreon o Ko-fi para poder hacer un apoyo a la labor de la artista de nuestra elección.
Sin embargo, los ingresos principales vienen de la compraventa de las obras de arte en cuestión. Y aquí es donde entra en juego la criptomovida. Hay varias páginas que ofrecen tutoriales acerca de la creación de los NFT, y la información que sigue procede de una de ellas.

«Paga más dinero para tener tu NFT generado más rápidamente. O no». Fuente: DiarioBitCoin
Como ya he explicado anteriormente, un NFT es un certificado de posesión de una obra digital concreta. No podemos generarlo por cuenta propia, sino que deberemos acudir a una plataforma que lo cree. Éstas no se suelen poder pagar en dinero corriente, sino en criptomoneda, a cambio de una módica cantidad llamada Gas. Según la página consultada representa unos 100$ en Ethereum, aunque la cantidad es variable. Además, para almacenar tanto la moneda virtual como los NFT es preciso un monedero o wallet que nos soporte la cripto elegida. Hay páginas que refieren ser gasless (sin comisiones), pero resulta poco creíble el altruismo en temas de negocio.
La gracia, y la mayor ironía del asunto, es que se puede hacer que cualquier objeto digital sea un NFT, siempre y cuando no tenga derechos de autor. Esto sirve para arte o música, pero nadie impide que se haga con un concierto de las gaitas del Bajo Aragón o un dibujo de nuestro primo pequeño. La ética es muy subjetiva, como podemos comprobar. Es posible además la creación múltiple, dependiendo de cuántos ítems queramos lanzar a la venta.
El tiempo que tarde en procesarse el NFT en cuestión es variable. Varias páginas ofrecen, pagando nuevamente más Ethereum, un tiempo de procesamiento probablemente más reducido. Resalto en “probablemente”, porque no se garantiza. Una vez creado, las propias plataformas donde lo hemos hecho nos ofrecerán ser el lugar de compraventa de las mismas. Todo ello a cambio de una comisión, como es de esperar. Para ser una ventaja la falta de intermediarios, ya hemos visto unos cuantos.
No todo van a ser pagos o pérdidas: además de la ganancia de la venta original (si se vende), la persona creadora puede establecer el porcentaje que se llevará en futuras transacciones entre terceros. Siempre y cuando se vendan en el mismo marketplace, por supuesto. En caso de que el cliente transfiera la obra a su monedero virtual y decida venderlo en otra, esta comisión se pierde. En teoría no debería ser así, pero en EEUU y varios países europeos no se contempla diferencia legal entre venta original y reventa.
El intríngulis legal
Todo contenido online pertenece a alguien. La desinformación es importante, y gran cantidad de personas creen en la falsa idea de que una vez has subido algo a la red pierdes el control. Este argumento es válido para las obras originales, sean del tipo que sean. Si queremos utilizarlo, debemos obtener o bien el consentimiento expreso de la persona poseedora (preferentemente por escrito) o verificar que está suscrito a una licencia de uso del tipo Open Source, con sus limitaciones.
Como ya hemos dicho, casi cualquier contenido digital es susceptible de (previo pago) ser convertido en NFT y vendido como tal. Esto ha hecho que prolifere la picaresca, cuando no el robo, y no pocas artistas han visto sus obras vendidas como estos productos sin su consentimiento. Es decir, una vulneración de los derechos de autor en toda regla.
Incluso, dando un paso más allá, se ha llegado al punto del robo de contenido de plataformas como Twitter. Jack Dorsey (fundador de la red del pájaro azul) vendió una captura del primer tweet por 2.9 millones de dólares, que posteriormente donó a un fondo benéfico para el tratamiento del COVID en África. Esto ha abierto la puerta a que, amparado en el anonimato de Internet, cualquier persona pueda transformar un tweet viral (o no) en este certificado e intentar obtener beneficios.
La desinformación, como vemos, es un elemento importante y fundamental para estos sujetos. No solamente se está jugando con “si está en Internet es de todo el mundo”, sino en que la novedad del asunto hace que no haya muchos despachos de abogados especializados en el tema. Por tanto, también proliferan las estafas del tipo “Contrátanos y nos encargamos de que este NFT a tu costa desaparezca”.

En Darkside Detective ya eran visionarios y no lo sabíamos
Un argumento utilizado por los partidarios de la tecnología blockchain es la posibilidad de rastrear el origen de los archivos, y por tanto de identificar al usuario original que ha comenzado a comercializarlo. Sin embargo, el proceso puede ser largo y costoso, y muchas veces depende de la voluntad y eficacia de las autoridades.
Aunque un NFT haya sido adquirido de forma legal, se ha establecido de forma clara que salvo cesión explícita el cliente no es poseedor de los derechos de autor de la obra original. Es decir, puede comerciar libremente con el token, pero la entidad propietaria última del bien es quien lo ha creado. Además, puede crear copias y comercializarlas a su vez como nuevos NFT, puesto que el token solo garantiza la posesión de esa obra concreta, como si fuera un coleccionable.
Y no solo eso. Las imágenes y contenido digital son extremadamente fáciles de descargar a nuestros ordenadores, y originarán copias indistinguibles de la original. No podemos clonar la torre Eiffel, pero sí duplicar fotos digitales de la misma hasta el infinito. Y esto es, a pesar de los criptobros, completamente legal. Se debe a que su certificado acredita que ellos tienen la copia original, pero nosotras al descargarlo estaremos creando versiones “nuevas”, indistinguibles de la misma salvo en su código fuente.
Otro aspecto cuando menos curioso se refiere a la seguridad del producto. Se recomienda que se guarden en la misma blockchain, y el acceso al NFT en cuestión será mediante un hipervínculo. ¿Qué ocurre si esta información, por cualquier motivo, se pierde? Pues que la inversión habrá desaparecido, puesto que son únicos e irremplazables. Y no es ya solamente que los servidores sufran un fallo catastrófico, puede ocurrir con algo tan cotidiano como que el poseedor fallezca y quienes hereden sus bienes no dispongan del enlace y contraseña necesarios para el acceso. Si no está almacenado en ninguna parte, se ha perdido para siempre. Y si está registrado, tampoco son raros los hackeos y fallos de ciberseguridad.
¿Y los impuestos? La categoría bajo la cual se clasifican estos productos suele ser la de “productos de coleccionista”, si bien no suelen estar claramente definidos como tales. Las leyes que determinan las tasas a pagar son diferentes en cada país. Sin embargo, quien posea estos bienes digitales tiene la obligación de pagar impuestos en el país en el que residan. Y esto se aplica tanto a compraventa como a intercambio sin dinero (físico o digital) implicado. Las páginas web implicadas en estas transacciones suelen cobrar además entre un 10 y un 37% a quienes vendan el activo. Por el momento no parece que la administración española sea muy ducha en el tema, pero con el tiempo se verá si hay sanciones por no declararlos.
¿Dónde radica el negocio?
Definir qué es arte y qué no es algo subjetivo y complicado. Hablaremos de conceptos transmitidos, de sensaciones o de belleza (nuevamente basada en criterio propio). Del esfuerzo y la preparación que requiere elaborar una determinada obra. Sin embargo, gran parte de los NFTs que veremos están generados por bots y son de un gusto cuestionable. Conejos con cara de hartazgo, gurruños pixelados dignos de paleontología informática o monos fumando porros. Todo ello con mínimas variaciones en color de ojos, pelaje o lo que se nos pueda ocurrir.
Con todo lo anterior, cuesta pensar que alguien quiera dejar sus pingües beneficios en este sistema. Pero el negocio está, en el caso de los NFTs, en algo tristemente familiar dentro del mundo del arte: la especulación. La ley básica del mercado no es otra que la oferta y la demanda: algo es valioso porque o bien lo quiere mucha gente o hay una persona dispuesta a pagar mucho dinero por un bien. Por tanto, y tomando esto como eje, si muchas personas desean adquirir esa obra de arte (física o digital), su precio subirá.
Todo esto sería si estuviésemos en un mundo completamente honrado, ¿verdad? Sin embargo, no es una práctica rara que artistas con poca conciencia intercambien NFTs (en forma de compraventa) para aumentar de forma artificial el precio de sus obras. Además de eso, tampoco es infrecuente el blanqueo de capitales mediante este sistema, ni siquiera complicado. No solo eso, sino que además se puede ganar mucho dinero con ello, con la ventaja de que no está fiscalizado en ninguna parte.

Intento verle el arte a esto. Prometo que lo he intentado. Sale mal
Las imágenes de pesadilla que pueblan las galerías de Bored Ape Yatch Club (20.000 dólares el más barato) o Cryptopunks (368.296$ en el momento de redactar este artículo) tienen otro uso además del (nulo) disfrute visual. La utilidad principal es la identificación de usuarios, de modo que verlos como avatar marcaría quiénes son parte del nuevo grupo de millonarios (o los que van a serlo).
Bueno, esa será su opinión. En un mundo donde es posible hacer click derecho + guardar, cualquiera que tenga ganas puede identificarse como parte de ese sector. Los motivos de querer parecer millonario se escapan a mi control, puesto que quien lo es no suele tener necesidad de aparentar de un modo tan rematadamente hortera. Dar la imagen de ser un emprendedor de éxito en redes sociales es uno de los pilares básicos del coaching choricero que tanto se promociona en Instagram. Mark Zuckerberg aparece en chándal en múltiples eventos, pero bueno, tan rico no será.
Precisamente el fundador de Facebook es uno de los partidarios de esta tecnología. Según sus palabras, los NFT serán algo fundamental en su nueva apuesta: Meta. En ella, serán necesarios tanto como avatares como a nivel de intercambio de bienes. También permitirán el acceso a zonas exclusivas, faltaría más. Un entorno 3D de interacción de usuarios no es un concepto novedoso, y su antecedente más famoso, Second Life, tuvo un éxito más bien limitado.
A pesar de que en múltiples ocasiones se han definido como estafa piramidal, lo cierto es que no es el caso. Mejor dicho, no es el modelo de negocio que se propone. El pilar principal sobre el que se sustenta es el aporte constante de dinero real, procedente tanto de usuarios ya existentes como de nuevos inversores. Es decir, sin red de clientelismo que lo sustente no habría ganancia posible. Este sistema se conoce como esquema Ponzi.
¿Por qué es sospechoso? En primer lugar, por la cultura que se ha creado alrededor. Cuando se critica el asunto en redes sociales aparece casi siempre una legión de criptofans en su defensa, y con frecuencia burlándose de la (supuesta) ignorancia del discordante. Resulta lógico, dado que se basa principalmente en la confianza y si la gente deja de invertir, la fuente de ingresos desaparecerá.

Tanta necesidad de publicidad y «compre, compre» me resulta muy sospechosa
Otro motivo que escama es el secretismo a su alrededor. Dar la impresión de estar manejando información confidencial en un entorno limitado es otra característica básica del esquema Ponzi. Y naturalmente, quienes tienen difusión elevada tienen mucho que ver. Lógicamente estas personas tienen mayor facilidad para obtener riqueza a partir de sus productos: simplemente tienen más gente que los compre.
Y, por supuesto, el último punto que da que pensar es el riesgo que tendremos invirtiendo en algo que no existe y que además no tiene una utilidad fuera de su reventa. No dudo que habrá quien haya amasado sumas considerables mediante este sistema, pero lo cierto es que la mayoría de personas tendrán un beneficio limitado o más bien nulo a lo largo del tiempo. Más aún si no nos informamos debidamente, como cuesta creer de la ingente cantidad de inversores jóvenes que conforman el grueso de los criptobros.
En un próximo artículo desgranaremos las implicaciones que tienen estos tokens en los videojuegos (que más de un gurú ha definido como “el futuro”). Por el momento dejo un pequeño apunte final: Si alguien se hace millonario con algo y difunde sus secretos por Internet, desconfiad. Porque estamos ante dos opciones: o tan millonario no es (y por ello necesita vender sus métodos), o está intentando quedarse con nuestro dinero.
Cosplayer, otorrinolaringóloga, streamer y, sobre todo, mamarracha profesional. Cuqui del almendruqui que no dudaría en sacarte las muelas por tus "incorrecciones políticas"
Etiquetas: arte, contaminación, criptomoneda, especulación, esquema ponzi, estafa, nft, videojuegos