Unpacking y los espacios

Unpacking y los espacios

Hay un nivel en Unpacking que te pone en alerta. Siempre me refiero a él como el piso de “amiga, date cuenta”. Si habéis jugado Unpacking, sabréis perfectamente a cual me estoy refiriendo. Al principio pensaba/creía que era una sensación de picor de nuca, de “intuición femenina”. Preguntando, descubrí que el sentimiento de rechazo era totalmente universal, generando incomodidad a todo el mundo y por los mismos motivos.

Cuando llegamos al piso, el del año 2010, es un cambio porque venimos de compartir piso con, suponemos, colegas. En el anterior nivel no podíamos mover muchos objetos, porque no eran nuestros y no había tanta confianza como para cambiar de sitio las cosas sin hablar primero, pero en esta ocasión tenemos libertad para recolocar cosas (hay un logro por ordenar la ropa interior del cajón, por ejemplo). El problema es que no tenemos espacio, y es esto lo que te pone en alerta, sobre todo porque ya sabemos que quien se muda, le gusta dibujar y tiene una tableta gráfica para ese fin. En este nuevo lugar nos encontramos que no tenemos ni un escritorio donde poner el portátil. Es un piso pequeño de una habitación y casi das gracias de que no tenga cocina americana. Todo esto no excusa el hecho de que llegamos a una casa que no se ha pensado para que la habite otra persona. Tenemos la concesión del armario y poco más. En este nivel tendremos que hacer un esfuerzo por encajar todas nuestras pertenencias en un espacio muy reducido.

Captura de Unpacking. Un salón pequeño con una estantería, una mesa baja, tele y sofá.

Tener las pesas en el salón ya es un aviso

Unpacking se expresa a través de los espacios. En la infancia, restringido al universo que es nuestra propia habitación. Si has tenido hermanos y compartido cuarto mientras erais peques, este cambio es mucho más importante que mudarte a una nueva casa. No sólo por tener un hueco propio donde poner tus cosas, sino por poder decorar libremente sin tener que establecer un acuerdo. Sucede algo similar cuando nos mudamos por primera vez y en solitario, a un pequeño piso de estudiantes, con una cocina, un baño y un cuarto, donde dispondremos por primera vez de la opción de personalizar estos lugares también. En este sitio tendremos un pequeño escritorio, que será la constante en los siguientes pisos. Hasta llegar al caso de 2010.

En un texto sobre los espacios que ocupamos, y desde una perspectiva de género, es inevitable hacer una mención a Una habitación propia, de Virginia Wolf, donde reflexiona sobre la necesidad de que las mujeres dispongan de un espacio propio, y donde hace mención a escritoras. Inicialmente, la idea del espacio propio es un lugar físico, un lugar donde tener privacidad. Un sitio donde retirarte a hacer tus cosas (pongamos escribir, cuidar tus plantas, hacer punto o contar las gotas de gotelé). Puede que las mujeres hayamos conseguido durante este último siglo la conquista de nuestros propios espacios (más o menos) dentro del hogar, pero quedan muchas cosas en el camino, como es la conquista de un tiempo propio para desarrollar nuestras tareas, sean creativas o no. Podría hablar de reparto equitativo de tareas, de la idea de carga mental que recogemos de forma inconsciente las mujeres y de cómo la culpa de todo la tiene el capitalismo, pero quiero hablar de cómo nuestro espacio en la casa son más que las habitaciones propias. Nuestros espacios son también los escritorios.

Captura de Unpacking. Una habitación con un armadio, una mesa con un ordenador, una cama y baldas.

Hay que aprovechar bien los huecos.

Leí hace tiempo, no recuerdo ni dónde ni a quién, una comparativa entre los escritorios de Jane Austen y Charles Dickens. Es fácil encontrar análisis en inglés comparando a Austen y Dickens. Supongo que porque ambos escribían novelas que fueron superventas y marcaron e influenciaron la narrativa anglosajona, además de ser clásicos respetados. En el caso que nos ocupa, la comparación era entre donde escribían ambos. Dickens tenía un escritorio que haría babear a cualquiera: con múltiples cajones, una superficie inclinada para escribir y un amplio espacio a ambos lados para poder tener cosas. Además, este mueble estaba en su estudio, donde podía escribir sin interrupción y en el momento que quisiera.

Jane Austen tenía una pequeña mesa que se situaba al lado de una ventana en la casa familiar. También tenía un escritorio portátil, regalo de su padre, que permitía crear una pequeña superficie inclinada donde escribir. No sé en qué lugar o lugares escribía exactamente Austen, pero sí sé que nunca tuvo un espacio propio y vivió toda su vida con su familia, en las distintas casas que habitaron.

El hecho de tener un lugar propio es importante, como he dicho, pero no hace falta restringirse a una habitación física. Es el caso de los escritorios que he mencionado antes. Dickens tenía un lugar amplio y fijo. Si quería, podía dejar un manuscrito a medias y tener al lado todos los papeles y materiales que hiciera falta. Austen tenía una pequeña mesa y un escritorio portátil. Tenía que restringirse a lo que estaba escribiendo en ese momento, sin posibilidad de poder dejar las cosas sin recoger. Cada vez que escribía, probablemente debía poner todo desde el principio.

Cuando me fui de casa de mi padre, a compartir piso, escogí mi habitación porque tenía escritorio. Era la primera vez que tenía uno. En casa de mi padre, para poder hacer cualquier cosa, debía desplegar un tablero y colocar todo desde el inicio, con los cubiletes, folios, libros, etc. repartidos entre estanterías, porque no entraba nada más. De la misma forma, para poder irme a dormir, tenía que dejar todo recogido. Mi ratón tenía que ser inalámbrico por la practicidad de no tener que andar enrollando el cable. Tengo todavía algunas de esas costumbres, como la de usar ratón inalámbrico, pero ahora cuando uso el ordenador tengo un teclado aparte, una segunda pantalla, un micrófono y un soporte que me permite elevar la pantalla, además de un espacio para dejar mis libretas. Y lo más importante, cuando termino, sólo tengo que bajar la tapa del portátil y nada más.

Captura de Unpacking. habitación con una cama, un armarito, una estantería y una mesa amplia

Suspiré al ver de nuevo la tableta

El piso de 2010 de Unpacking es el único de todos donde no tenemos un escritorio. Tenemos una cocina llena de cacharros último modelo, pero no un sitio donde guardar los rotuladores. Contrasta fuertemente con el anterior, donde la habitación que nos toca tiene espacio para un escritorio, bastante amplio además. El espacio propio del piso de estudiantes es más reducido, si lo pensamos fríamente: una habitación, ya que el resto es compartido. En el piso de 2010, nuestro espacio propio es toda la casa, dentro de las implicaciones de vivir en pareja, pero no tenemos espacio para poner nuestra tableta gráfica, que de hecho, no aparece en esta mudanza.

A medida que desempacamos y vamos queriendo hacernos nuestro hueco, vemos que es muy complicado. Debemos hacer malabarismos con todo el contenido del piso para hacer que entren las pocas pertenencias que nos llevamos. Es un nivel muy agobiante. Cuando pasamos al siguiente, es a la casa del inicio, dónde volvemos a nuestra habitación de la infancia. Y este espacio, mucho más reducido, se siente más libre que el anterior, sobre todo porque tenemos un escritorio enorme, donde volvemos a colocar nuestra tableta gráfica. Solté un suspiro de alivio cuando la volví a ver aparecer, porque no se había deshecho de ella, seguía ahí.

Me gusta mucho cómo Unpacking se comunica con nosotras, no sólo a través de los espacios, en un contexto tan íntimo como es el hogar, sino con los objetos, tanto los que nos llevamos como los que no. Según como seamos, le daremos más o menos importancia a las cosas (en mi caso, el escritorio y las estanterías para los libros), y nos puede gustar más o menos cómo se plantean las mudanzas. Lo que es innegable es que sabe transmitirnos muy bien lo que quiere con algo tan trivial como puede ser no tener un escritorio, un hueco donde poner nuestros libros o que el cajón de los calcetines no esté ordenado para tener espacio para dos personas.

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Darkor_LF
Darkor_LF @darkor_LF

Difusora de la palabra de Pratchett a tiempo completo. Defensora de causas pérdidas e inútiles. Choconiños o barbarie. Hipster por necesidad. Tengo una pipa falsa. +50 en pedantería.

1 comentario
Ricardo Charco
Ricardo Charco 24/01/2022 a las 10:11 am

Me encanta la precisión del análisis en este nivel. He disfrutado leyendo la entrada tanto como jugando el juego. Creo, ya que me he visto en una situación similar (al igual que tu comentas tu experiencia personal) de pasar de compartir habitación con un hermano, a piso de estudiantes, a independizarme, volver a casa de los padres y finalmente volver a independizarme. Creo que este juego llega a las entrañas de todas las personas que hayan vivido un mínimo parecido en procesos de mudanzas.

Y sí, un espacio propio es imprescindible.

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