¡Arroz! ¡Arroz de la Niña Celestial!

Sekiro: Honor y muerte

Sekiro: Honor y muerte

Spoilers mayores de la trama de Sekiro: Shadows Die Twice

Elden Ring supuso para mí, como jugadora, un antes y un después. Reconozco que previamente le tenía a los juegos de From Software una mezcla de miedo, respeto y un poco de ojeriza. El hecho de que tanto repartidor de carnets utilizase los souls como excusa para diferenciar quién merece denominarse jugador y quién no, hacía que mirase con recelo toda la saga. Tampoco ayudaba que la estética de Dark Souls no me llamara la atención. No en vano, el primer juego es de 2011 y los años le pesan un poco.

Sin embargo, Bloodborne siempre me llamó la atención poderosamente. Esa estética de horror gótico tan invocada por Edgar Allan Poe, y las referencias constantes a los Dioses Antiguos de H.P. Lovecraft y sus sucesores resultaban y resultan en un producto magnético para la gente como yo. Para mi vergüenza debo decir que, aunque lo he comenzado un par de veces no he avanzado gran cosa: al principio por miedo a mi torpeza y actualmente por mi preferencia a jugar en PC. La última vez que empecé a jugarlo iba muy motivada, pero me regalaron de forma inesperada Elden Ring. Y, dado el hype que me rodeaba, ¿cómo no iba a jugarlo de inmediato?

Para mi sorpresa, descubrí que no solo era capaz de completar un juego de Miyazaki, sino también de disfrutarlo enormemente. Conocí la tragedia de todos y cada uno de sus personajes, busqué muros ocultos mientras exploraba mazmorras y, sobre todo, morí cientos de veces. Pero, lejos de resultar frustrante, mi cerebro lo interpretó como un desafío. Posteriormente aproveché las bondades del leveo como es lógico, y la segunda mitad del juego me resultó notablemente más sencilla que la primera. Ahora bien, hay que reconocer que, en cuanto me despisté un poco, vino un cuervo de la Forja de los Gigantes para ponerme en mi lugar.

Sekiro contempla los distintos edificios del templo Senpou en la parte baja de una montaña

«Conoce el cielo y conoce la tierra, y tu victoria será total» Sun Tzu, El arte de la guerra

Tras el enorme vacío que me dejó completar el juego al 100%, me volví hacia otro título de From Software que quería jugar hace tiempo. Éste era Sekiro: Shadows Die Twice. A diferencia de Bloodborne, sí podía jugarlo en PC y además era el otro soulslike con una estética que me resultaba atractiva. Había visto algún streaming y estaba muy motivada tras mis andanzas por las Tierras Intermedias. Y, ¿a quién no le va a gustar un shinobi en el Japón feudal?

No tardé en darme cuenta de las diferencias entre Elden Ring y Sekiro. Mi forma de atacar con la Sinluz estaba como mínimo alejada del concepto del parry, basándome en pegar, esquivar y correr si hacía falta. Y este modo ratonero lo utilicé muy a menudo, bajando poco a poco las barras de vida y con cierta maestría a la hora de evitar el ataque devastador. Sekiro, en cambio, es otro cantar. Salvo en contadas ocasiones, la barra de vida no es el objetivo para batir, sino romper la postura al atacante y poder ejecutar golpes mortales. Para ello hay unas mecánicas muy concretas, con un contraataque o una esquiva por cada movimiento enemigo. Y subir de nivel no aumenta nuestra fuerza o vitalidad, sino que nos dará más recursos, pero ya está. Si hay algo que me está enseñando Sekiro: Shadows Die Twice es a ser paciente y observar. Un brillo en la hoja o un movimiento de la mano enemiga puede indicar un ataque concreto, y el éxito radica en saber reaccionar a él.

Sekiro me ha llegado adentro, además, por su historia. Todo lo que rodea al honor y al deber es un tropo repetido hasta la saciedad en cada producto acerca del Japón feudal. Este juego no es distinto: comenzamos con un shinobi que ya no desea seguir viviendo, pues ha fallado en su misión. Le sacará del fondo del pozo (literal y figurado) una carta, y emprenderá el rescate de Kuro, el Descendiente Celestial, cuya protección le fue encomendada. Sin embargo, Sekiro (al que también llamaremos Lobo) ha olvidado su pasado y lo que le ha llevado a esa situación, y conforme avancemos en la historia iremos conociendo más.

Sekiro desenvaina su katana en el combate contra la Dama Mariposa

«Rápido como el viento, silencioso como el bosque, raudo y devastador como el fuego, inmóvil como una montaña» Sun Tzu, El arte de la guerra

El Descendiente Celestial es el vástago de un antiguo linaje, conocedor del secreto de la inmortalidad y portador de la misma, mediante un don llamado Acervo del Dragón. Del mismo modo, tampoco puede ser herido por las armas comunes. Por esta razón es secuestrado por el clan Ashina, que está al borde de la destrucción, y espera, con los poderes del Descendiente Celestial, tener una posibilidad de sobrevivir. Seremos testigos de una escena en la que Genichiro Ashina, comandante del clan, intenta convencer sin éxito al niño para que les apoye.

Una vez derrotado Genichiro, descubriremos que Kuro no solamente rechaza utilizar sus dones, sino que desea abandonar la inmortalidad al precio que sea necesario. Sekiro tendrá entonces la misión no solo de proteger al Descendiente sino de ayudarle en su búsqueda, debiendo recorrer cada rincón de la zona para averiguar cómo puede eliminarse para siempre el Acervo del Dragón. La elección de cumplir o no los deseos de Kuro está en nuestra mano, y desencadenará los diversos finales que tiene el juego.

No existen los personajes categóricamente buenos o malos en Sekiro. Incluso nuestro principal antagonista, Genichiro Ashina, no es más que un hombre guiado por su deber al clan, al que desea fervientemente salvar de su destrucción. Incluso aquellas personas que consideramos nuestros aliados, como pueden ser Emma o el Escultor, pueden volverse en nuestra contra y luchar contra el shinobi dependiendo de nuestras elecciones. Posiblemente el más moralmente cuestionable sea el propio padre adoptivo de Sekiro, el Búho, al intentar que su hijo renuncie a cumplir los deseos de Kuro y enfrentarse a muerte a él si no ceja en su empeño.

Incluso los personajes menores tienen una historia que contar. Aquí la barrera entre el bien y el mal ya resulta un poco más clara: no hay más que ver a Doujun para que no nos invadan las buenas sensaciones. Resulta complicado no encariñarse de Kotaro, el monje de aspecto infantil encargado del cuidado de los niños Celestiales (que no del Descendiente), y que llora en las proximidades del templo Senpou. Incluso la anciana que nos prestará su ayuda a cambio de arroz en varios momentos de la historia tiene su propio lore para descubrir. A diferencia de los Souls o Elden Ring, la narración en Sekiro resulta más explícita, si bien leer la descripción de cada objeto nos aporta datos extra que enriquecen nuestra experiencia.

Sekiro se oculta en un saliente. Encima suyo se ve una serpiente blanca gigante

«Ganará quien sabe cuándo luchar y cuándo no luchar» Sun Tzu, El arte de la guerra

También, como ocurre en todos los juegos de Miyazaki, la muerte es un tema recurrente. Ya desde el inicio, Sekiro trata sobre la búsqueda de la vida eterna y sus costes. Tras la lucha en la Hacienda Hirata, el Descendiente Celestial otorgó al Lobo parte de su don para que pudiese regresar de entre los muertos. Pero tiene un precio, y si es utilizado muchas veces se extenderá una enfermedad llamada dracogripe. Esta plaga, cuyo origen está directamente vinculado al Acervo del Dragón, ya diezmó a la población hace años. Pero en Sekiro, aunque se nos insinúe lo contrario, no desencadenará la muerte de ninguno de los personajes afectos. Debo reconocer que me siento algo decepcionada por este recurso, puesto que a nivel de historia no tiene ninguna consecuencia importante fuera de entorpecer nuestro avance.

Fue la búsqueda de la inmortalidad la que corrompió a los monjes del templo Senpou, llegando a crear un Acervo del Dragón artificial y probarlo en niños. De todos solamente sobrevivió una, la Niña Celestial, que nos otorgará no solo la Espada Mortal, sino que nos ayudará en nuestra misión con Kuro. Y también conoceremos a Hanbei el Inmortal, cuya historia se explica en los mangas correspondientes y que finalmente pedirá a Sekiro que acabe con su maldición para poder seguir a su señor. La inmortalidad, que a priori podría resultar algo deseable, es a menudo representada mediante una infección de insectos similares a ciempiés gigantescos cuando no tiene origen divino.

Sekiro: Shadows Die Twice es un juego que esperaba que me gustase, pero no hasta este nivel. Todo el tiempo ofrece imágenes magníficas y sobrecogedoras al mismo tiempo, como la escena en la que el Lobo toca la campana del Templo para llegar al Hall de las Ilusiones, o el primer encuentro con la Gran Serpiente. Narra la historia del conflicto que puede surgir entre la supervivencia y el deber. De un hombre que perdió todo aquello que le importaba y cómo se rehízo cada una de esas veces. Porque lo que nos enseña Sekiro con cada derrota es que el primer paso para romper el ciclo es levantarse y volver a intentarlo.

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Alystrin
Alystrin @Alystrin

Cosplayer, otorrinolaringóloga, streamer y, sobre todo, mamarracha profesional. Cuqui del almendruqui que no dudaría en sacarte las muelas por tus "incorrecciones políticas"

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