Galería de terror – Gótico remix
Retroanálisis de Master of Darkness y El club de los monstruos

06/05/2021 | Lin Carbajales | No hay comentarios
Me hallaba yo, una tormentosa noche, preguntándome sobre qué escribir a continuación en mi serie de artículos de recomendaciones cruzadas, Galería de terror. Insomne, me puse a caminar, candelabro en mano, por los olvidados pasillos de la vieja mansión que habito en soledad. Entonces, súbitamente, me encontré frente a una fantasmagórica aparición: ¡se trataba del espectro, o quizá la forma vampírica, de mi fallecida esposa, enterrada en los sótanos de esa misma casa! Sus ojos se habían vuelto rojos como la sangre, y parecían atravesar mi alma. Con el dorso de la mano en la frente, me desvanecí ante la visión espantosa. Al despertarme, tenía entre mis manos un texto que, sin que pudiera recordarlo, yo misme había escrito en trance. Sin duda fui influide por algún tipo de mesmerismo sobrenatural, que quizá dio el control del cuerpo a una parte desconocida de mi propia alma. Escrito con las cenizas de cadáveres decrépitos, el título rezaba «Gótico remix». Procedí a pasar el texto a ordenador para poder tirar a la basura esa guarrería.
Esa cara oculta de mi mente no quiso, por suerte, reseñar el infame Dr. Jeckyll and Mr. Hyde de la Nintendo, sino que optó por otro videojuego de 8 bits. Hoy hablamos de Master of Darkness, para Game Gear y Master System, que fue el intento de Sega de beber del éxito de la saga Castlevania de las consolas Nintendo, a pesar de no poder acceder a la licencia. Con esta intención, desarrolló un título muy similar al original de Konami a través del estudio SIMS. Aunque en gran parte haya caído en el olvido, se trata de un buen juego de acción y plataformas, que puede gustar perfectamente a les aficionades a los Castlevania clásicos. Fue lanzado en 1992 en Japón, y en el 93 en Europa y Estados Unidos; un poco tarde para hacerle la competencia a la saga de la familia Belmont, que ya iba por el Super Castlevania IV de Super Nintendo.
En 2013, un port de la versión de Game Gear fue lanzado como Vampire: Master of Darkness para la 3DS, y sigue a la venta en la Nintendo eShop. Mantiene el nombre con el que salió en Estados Unidos en los noventa, donde solo estaba disponible para la portátil de Sega. Yo analizaré aquí la versión de Master System, que tiene la ventaja de ofrecernos una mayor área de visión en pantalla respecto a la de Game Gear, pero ambas son casi idénticas.
Nos situamos en el Londres victoriano, y nuestro protagonista, el doctor Ferdinand Social, recibe una alerta espiritual a través del tablero de la ouija. Resulta que tras los crímenes de Jack el Destripador no hay tan solo una mano humana, sino que forman parte de un peligro sobrenatural que se cierne sobre el mundo: la resurrección del conde Drácula.

Un caballero inglés va elegante aunque sea a matar zombis
El Dr. Social se lanza de cabeza a la acción bajo nuestro control, sin que se nos den más explicaciones sobre qué hace un psiquiatra metido en este fregado. Se puede imaginar une que se trata de algún tipo de detective de lo oculto o personaje a lo Van Helsing, y, respecto a su habilidad para el combate, le viene dada por su condición de protagonista de videojuego. Un señor saltando por ahí y matando montones de criaturas a bastonazos, hachazos o incluso con bombas no es que grite «terror gótico», pero la ambientación está claramente basada en los clásicos de este subgénero. Se puede apreciar en muchos de sus elementos: escenarios, criaturas, o el tablero de ouija que aparece para preguntarnos si queremos continuar o no, como si fuéramos un espíritu respondiendo a la pregunta, un detalle simpático.
Les enemigues que plagan las calles, museos o cementerios de Londres incluyen espectros, figuras de cera vivientes, zombis, esqueletos u objetos animados, además de otres más terrenales y típiques de los videojuegos de la época, como perros o pistoleros, así como un clásico de cualquier plataformas que tuviera aún la más ínfima relación con el terror: murciélagos. Hay una gran variedad, que va cambiando un poco en cada zona, además de un jefe final en cada nivel: al acabar el primero ya le crujimos el lomo al Destripador, que solo es un peón en el plan para traer de vuelta al vampiro. También nos enfrentamos a una mujer con poderes psíquicos y al conde Massen, un noble que dirige la operación y que posee habilidades mágicas.
La dificultad del juego es baja para su época, es decir, que no es tan frustrante como muchos de sus compañeros de generación, pero no le faltan enemigos difíciles de alcanzar con nuestros ataques, que se nos lanzan encima tan rápido que no nos dan tiempo a reaccionar, o que nos empujan, al golpearnos, de cabeza a un agujero mortal. Nada fuera de lo común en aquellas consolas. Aun así, se puede acabar sin tener que dedicarle mucho tiempo, aunque lleves años sin viciarte a juegos de esta época o estilo. Ayuda a ello la generosa barra de energía que se nos proporciona.
Para luchar contra el mal podemos llevar a la vez un arma cuerpo a cuerpo y una a distancia, que se gasta. El cuchillo inicial se puede cambiar por un florete de mucho alcance, un hacha, o un bastón (aunque el manual dice que es una estaca, pero yo no me lo creo). En cuanto a armas a distancia podemos conseguir una pistola, un bumerán, y unas pequeñas bombas, que solo son superadas en su utilidad por una especie de dardo enorme que atraviesa a los enemigos para recorrer toda la pantalla, y que aparece en las zonas finales del juego.

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El control es bueno, es fácil hacerse al salto y las mejores armas son satisfactorias de usar. No es así cuando vuelves a coger el cuchillo sin querer, o haces algún otro cambio a peor. A veces estos downgrades están situados a bastante mala leche para hacerte pillarlos por error. También hay objetos muy útiles que están escondidos o que requieren de saltos muy calculados, como las vidas extra. Obtenerlos es opcional, y el plataformeo obligatorio no suele ser difícil, al menos en Master System.
Hay cinco niveles, divididos en áreas que sirven como checkpoints cuando perdemos una vida. Cuando continuamos se reinicia el nivel completo, pero podemos hacerlo tantas veces como queramos, si bien no hay sistema de contraseñas. Los escenarios nos llevan desde el río Támesis hasta el castillo de Drácula en Transilvania, aunque este último tramo es muy cortito para tratarse de tan mítica localización.
El diseño de niveles no es siempre lineal, sino que a veces nos dan un par de caminos diferentes que seguir, ya sean dos alturas en una misma pantalla o zonas completamente separadas. En el área final, Social se ve atrapado en un «laberinto de increíble complejidad», según el juego, pero exageran bastante.
Los gráficos son chulos para ser de consolas de 8 bits. Algunos escenarios parecen más trabajados que otros, pero los hay con muy buenos detalles. En especial me gustó el que incluye matraces con líquidos de colores, máquinas extrañas y personas encadenadas a la pared. Ferdinand Social queda muy vistoso con su traje azul, y tiene una buena variedad de poses que le dan bastante vida, a pesar de la simplicidad de las animaciones. Esto incluye sprites específicos para el manejo de distintas armas. Por ejemplo, lo vemos sacar la pistola de su chaqueta, disparar y luego alzar el cañón por el retroceso. Son tres cuadros de animación, pero no era raro ver mucho menos detalle en juegos con las limitaciones técnicas de la Game Gear y la Master System.
Master of Darkness es un buen plataformas de acción de su momento, muy recomendable para nostálgiques, aunque no mantengan mucha práctica, así como para aficionades a las consolas retro, y para fans de las primeras entregas de Castlevania que no se hubieran enterado aún de su existencia.

Un poco de sangre de señor viejito, y como nuevo
La película de esta entrega de la galería también utiliza elementos del terror gótico «remezclados» a su manera. Se trata de El club de los monstruos (The Monster Club, 1981). Comienza con un señor que es atacado en plena calle por un vampiro, quien, después de beber un poco de sangre sin secuelas graves para la víctima, lo reconoce como un escritor de terror que le encanta (nos explica que a todes nos gusta leer sobre nosotres mismes). Así, para compensarle, le invita a tomar algo en un selecto club de monstruos, prometiéndole historias que le darán ideas para sus próximos trabajos.
Con esta premisa tan desenfadada y divertida se nos presenta una película antológica de tres historias a las que atenderá el escritor en el club del título, separadas por las humorísticas conversaciones con el vampiro y por números musicales (en el bar tienen una juerga que no veas). El vampiro es interpretado por la leyenda del cine de terror Vincent Price, ya un poco mayor pero tan carismático como siempre, y que hace gala de su conocido talento también para el humor. Lleva gran parte del peso de la película, a pesar de ejercer tan solo de presentador. En la dirección nos encontramos a Roy Ward Baker, un veterano del cine de terror y fantástico de presupuesto no muy alto, al igual que el productor, Milton Subotsky, de la ya entonces desaparecida productora Amicus. Este fue el último largometraje de terror de ambos, con un guion que adaptaba la obra del escritor R. Chetwind-Hayes, si bien el resultado no fue del agrado del autor.
Aun con todo el despiporre de la introducción, nos encontramos con historias más bien serias y de ambientación inquietante, en el caso de la primera y la tercera, mientras que la segunda tiene una clara vertiente cómica, y también un airecillo a lo familia Monster. Esto no la salva de ser, irónicamente, la más sosa de las tres, pasándose a veces de ridícula incluso para los estándares de esta película. En el primero de los relatos acompañamos a una chica que, con la intención de robar algo valioso, empieza a trabajar como secretaria de un perturbador y melancólico anticuario, el cual vive solo en su mansión. En el segundo, el protagonista es un niño, hijo de un noble vampiro, quien se esconde en Londres de los cazadores de chupasangres que le siguen la pista. En el tercero, un director de cine visita un decrépito pueblo con la intención de usarlo como escenario para una película, y es retenido allí por sus inhumanos habitantes.
Aunque se trata de historias independientes, las tres tratan sobre las familias monstruosas o los distintos tipos de descendencia que surgen de las relaciones que vampires, licántropes y gules tienen entre sí o con humanes. Cada cual tiene sus propias características, y Erasmus, el vampiro al que da no-vida Vincent Price, nos ofrece un curso acelerado de sus nomenclaturas.
Los efectos especiales o de maquillaje son muy modestos, además de escasos, en especial para el año en el que salió la peli. Si tenemos en cuenta las caretas de carnaval de los monstruos del club, estoy siendo demasiado amable. Hay un par de escenas que dan mejor resultado, pero se echa de menos algo más elaborado, sobre todo en la tercera historia. Se nos enseñan unos alucinantes dibujos, obra de John Bolton, de las criaturas monstruosas que en teoría salen en ese segmento, mientras que, cuando vemos a los seres en imagen real, tienen aspecto de personas normales. Algo similar sucede en el primer relato, en el que con la cámara y la reacción de la actriz protagonista se nos intenta convencer de la apariencia escalofriante del anticuario, a pesar de que no pasa de tener el rostro algo pálido.

Ordenando las Hobby Consolas de los 90
El club de los monstruos no es una gran película, pero es un ameno pasatiempo spooky, que, ingenuamente, pretendía acercarse al público más joven de entonces con su humor, terror suavizado y, eso sí, estupendos números musicales rock. El resultado sirve como una suerte de homenaje o despedida, sencilla pero simpática, al cine de terror que se basaba en elementos clásicos de la literatura gótica, y que reinó durante décadas en la vertiente audiovisual del género. Un estilo que ya había tenido tiempo de volverse repetitivo, quizá anticuado, más de una vez, y de ser parodiado e incluso convertido en entretenimiento infantil. Pero que, a pesar de monstruos gigantes o invasiones extraterrestres, no dejaba de regresar, como el conde Drácula en las múltiples secuelas de la Hammer… O de Castlevania, más adelante.
Aun así, en 1981, año de estreno de esta película, dejaba ya paso a otros miedos. Iba llegando, para coronarse en los ochenta, el body horror, mientras que los monstruos humanos ya se encontraban asentados en una posición privilegiada en el cine. Algo a tener en cuenta cuando escuchamos el diálogo con el que Erasmus el vampiro se despide de nosotres, justo antes de la canción que nos lleva a los créditos.
El terror gótico no desaparecía, ni mucho menos; ni siquiera lo hacían sus clichés más manidos. Pero sí que se hacía a un lado para dejar de ser el protagonista. Lo cual es bueno, porque como fans del terror de nuestra época lo podemos tener todo. A nuestra disposición están, para recordar o descubrir, los muchos horrores del pasado lejano y cercano. Viajando por el tiempo desde las mansiones decimonónicas hasta los escenarios más modernos, podemos disfrutar, espantarnos o sufrir con distintas formas de plantear el terror, así como de construir y presentar a sus demonios, alienígenas, asesines en serie, muertes vivientes, extrañas creaciones de la ciencia… Y muchos más monstruos, algunos ya viejos, pero que siguen, con mayor o menor frecuencia, regresando a día de hoy, reinventados o renovados. Se les unen nuevas caras (si es que esos horrores tienen cara alguna) o aparecen en historias aún sorprendentes. Y, mientras exploramos este exuberante jardín de pesadillas, que no deja de aumentar, les nobles vampires de antaño, con sus capas negras y rojas, pueden seguir teniendo su rinconcito en nuestro corazón, siempre y cuando no nos lo atraviesen con una estaca de madera.
En España, El club de los monstruos puede verse a través de Filmin o de Prime Video de Amazon. También tiene modestas ediciones en DVD y Blu-Ray.
Flipade del cine de terror que también escribe ficción y dibuja. Otros gustos: las patatas con chili, retuitear a Jennifer Tilly, los esqueletos (no rima pero molan).
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